
Patricio Hales, presidente Fundación Polística, director fundador Congreso Ciudades.
Las ciudades las gobiernan los políticos y no la academia. Las excelentes ideas urbanas de nuestros profesionales y universidades, mundialmente prestigiados, se podrían ir haciendo realidad si hacemos permanente este diálogo que hemos comenzado, comprometiendo a la política. Somos activistas, dinamizadores de conversaciones del poder político municipal, regional, ejecutivo y legislativo con las organizaciones sociales, académicos y la industria privada que construye la ciudad.
Cuando la ciudadanía no tenía conciencia urbana, los políticos podíamos dormir tranquilos. Ella ha ido cambiando los últimos 20 años.
Quienes se organizan demandando calidad de barrio, transporte público, seguridad, movilidad alternativa, urbanismo y equidad de género, suelo urbano, espacio público, patrimonio, integración social, ecología y más son aquellos que salieron de la inocencia de creer que las ciudades se deterioran solas y le exigen a la política mejorarlas. Y la respuesta de la política podría determinar cómo votarán.
Desde Polística, en Congreso Ciudades (CC), contribuimos a avivar ordenadamente ese fuego promoviendo el indispensable diálogo que se requiere, no para acicatear enojos sino para motivar y construir.
El justo, pero reductivo clamor por la vivienda, organizado por Recabarren hace 100 años, se ha ampliado a muchas nuevas demandas. CC convoca a este ciudadano del siglo XXI más informado y que ejerce democracia. Pero los políticos aún no logramos sistematizar la participación de esa ciudadanía, ni resolver sus demandas a pesar del brillante contingente profesional chileno.
HACIA UN NUEVO PARADIGMA
Aquí, la primera paradoja: arquitectos premiados mundialmente, universidades y académicos de prestigio internacional, son desaprovechados porque la autoridad no recoge sus conocimientos con mecanismos permanentes de trabajo. Nosotros contribuimos a que los políticos conversen con los que saben de urbanismo. Si la academia no llega a los que mandan, sus ideas no mejorarán la vida de quienes buscan esperanzados las oportunidades de las ciudades.
Creamos Congreso Ciudades convencidos empíricamente de que un nuevo paradigma debe aprovechar las propuestas de académicos, organizaciones y empresarios que hacen ciudad, procesándolas sistemáticamente con los distintos poderes políticos y organizaciones políticas.
De los empirismos que nos motivan a los dos fundadores de Congreso Ciudades, el mío es político. Supe por experiencia que a todo ministro
preocupado de ejecutar obras públicas le incomodaba un diputado pidiendo que los proyectos de autopistas urbanas estudiaran los potenciales urbanos de su trazado, para mejorar barrios y mitigar posibles daños. La más alta autoridad de Educación consideró absurdo y ajeno presentarle la Encuesta Origen Destino que mostró que un tercio de los viajes de la Región Metropolitana eran del hogar al lugar de estudio y viceversa, por carencia de educación comunal,
devengando más congestión, tiempos de viaje, daños en salud y a la capa de ozono. Y qué decir del limbo cultural urbano de los políticos cuando con la academia les advertíamos que como el Transantiago alteraba el sistema circulatorio del cuerpo urbano, debían considerarse muchas más variables que la reducida promesa de sacar las micros amarillas. La política se sorprendió de las complejidades urbanas, cuando Transantiago terremoteó la ciudad y la hacienda pública, haciendo temblar hasta a los presidentes de la República.
Hoy, una ciudadanía más despierta responsabiliza a los políticos por la calidad de la vida en su ciudad.
Me sabía rara avis in terris siendo arquitecto y ocasionalmente profesor de urbanismo, en ese parlamento de mayoría de abogados, médicos, profesores e ingenieros comerciales, cuando fui diputado durante 16 años. Sonaba “natural” que me eligieran presidente de la Comisión de Vivienda y Urbanismo, de la de Obras Públicas, de investigaciones afines a lo urbano incluida la de Transantiago. Algunos celebraron que el presi- dente Piñera me incluyera, con personas más destacadas que yo, en la Comisión Presidencial que creamos la Política Nacional de Desarrollo Urbano, o que después la presidenta Bachelet me designara Presidente de su equipo de Ciudad, Vivienda y Territorio. Pero yo percibía en mis colegas parlamentarios una condescendencia casi piadosa al verme trabajando en temas urbanos, porque no producían el interés electoral de pensiones, salud, educación, seguridad. Todavía, quien fuera subsecretario de Telecomunicaciones, considera “divertidas” mis propuestas de los años 2000 fiscalizando, como diputado, a la autoridad política para que armonizara la necesaria presencia de antenas de telefonía procurando una ciudad saludable, bella, proporcionada, a escala humana, como se ha comenzado a hacer.
Nadie mejorará las ciudades si no consigue el compromiso de la autoridad política. Las ciudades no las hacen los que saben sino los que mandan. Es la autoridad política la que fija las reglas del juego, las normas. Gobierno y Congreso hacen leyes, pero alcaldes, ministros, gobernadores toman decisiones respecto a las ciudades. Proponemos un diálogo más allá de los momentos electorales, de las emergencias o de las ocasionales audiencias públicas legislativas. Por eso fue tan esperanzador que el presidente del Senado, Juan Antonio Coloma, acogiera este Congreso Ciudades desarrollando el compromiso de sus antecesores Ximena Rincón y Álvaro Elizalde.
Ahí aparece la segunda paradoja: al inaugurar y concluir Congreso Ciudades en el Salón de Honor del Congreso en Santiago, cuando ese público en respetuoso silencio, bajo las columnas corintias y la bandera de Chile, escuchaba a las autoridades con prejuicios y esperanza. Porque en las profundidades del desprecio a la política y los insultos a políticos, expresados de manera rotunda en todas las encuestas de opinión, es posible afirmar que en el fondo del repudio a las incapacidades, faltas y fallas con que los políticos hemos desilusionado a esa ciudadanía que espera mejores ciudades, hay un anhelo vital, fetal, flotando al interior de la democracia de un país que demanda y espera una política de Estado mirando el porvenir.
Es que subyace un anhelo nacional republicano de redignificar la función pública y la institucionalidad política también en la especificidad de la vida en nuestras ciudades.